Yangon y la hospitalidad birmana. Bonita despedida

Yangon, nuestro último destino en Myanmar, capital del país hasta 2005, cuando ésta se trasladó a Naipyidó. Este hecho no le ha restado un ápice de la importancia que tiene la ciudad para los birmanos, muchos de los cuales siguen considerándola como la capital tanto administrativa como religiosa del país. Con sus 4 millones y medio de habitantes y su apasionante historia, es una visita obligada en cualquier viaje a Myanmar, y dejó en mí un recuerdo imborrable.

Autobús Kin Pun - Yangon

Autobús Kin Pun – Yangon

Para llegar a Yangon, tomamos un autobus desde el centro de Kin Pun Sakhan al precio de 7.000 Kyats por persona, el cual, en unas 3 horas, y tras efectuar una parada en la que disfrutamos de un sabroso helado de fresa, nos deja en la estación de autobuses de Aung Mingalar (hay varias en la ciudad), situada en la zona norte del territorio urbano. Aquí, contratamos los servicios de un taxista que colma nuestra paciencia realizando diversas paradas dentro de la misma estación, haciéndonos esperar mientras para a hablar con otros compañeros, y dando varias vueltas sobre la propia estación buscando no sabemos qué. Finalmente, cuando ya estamos a punto de bajar y buscar otro taxista, iniciamos el camino hasta la Sule Paya por el precio acordado previamente (8.000 Kyats).

Nuestro taxista, de aspecto algo «mafioso» e inusualmente alto para ser birmano, nos deja en la puerta del Okinawa Guesthouse, alojamiento que nos había sido recomendado por un compañero de travesía en el barco de Mandalay a Bagán varios días antes, y cuya imagen tanto exterior como interior está muy bien cuidada. Aceptamos, por 30.000 Kyats la noche, una habitación muy espaciosa y limpia en la que nos alojaremos un par de jornadas. Instalamos nuestro equipaje y nos disponemos a visitar los lugares de interés más próximos.

Parque Maha Bandoola

Parque Maha Bandoola

Inicialmente nos dirigimos a la cercana Sule Paya, la cual que emerge en el centro de un pequeño edificio de puestos comerciales, y que no destaca en especial sobre otras pagodas que hemos visto en Myanmar, lo cual nos lleva a continuar nuestro recorrido evitando abonar los 3$ que cuesta la entrada. Acto seguido, nos dirigmos al parque Maha Bandoola, presidido por el altísimo y llamativo Monumento a la Independencia, el cual adorna las bonitas vistas que podemos obtener de la torre del reloj de la que presume el edificio del Tribunal Superior de Justicia, de arquitectura colonial, y del precioso edificio de estilo oriental en el que se halla el Ayuntamiento. El parque, acompañado de una temperatura ideal, es extremadamente agradable e invita a descansar sobre el césped, tal y como hacen los cientos de personas que allí se congregan.

Nuestro descanso es interrumpido por un grupo de 4 jóvenes estudiantes que se acercan para, tras una educada presentación inicial, sentarse junto a nosotros con el fin de practicar su inglés y curiosear sobre nuestro origen y nuestra opinión sobre su país. Uno de ellos incluso sabe algo de español, hecho que no deja de sorprendernos. Tras unos minutos, otros dos jóvenes se suman al grupo. Los estudiantes no dejan de sonreír y están encantados de escuchar lo maravillados que estamos por la cultura y las gentes de Myanmar. Tras la agrable conversación, los 4 jóvenes que se acercaron inicialmente se despiden amablemente y se marchan, mientras que Arina y Stanley (los dos estudiantes que se acercaron después) se ofrecen para ser nuestros guías durante el resto de la tarde, sin pedir absolutamente nada a cambio, e invitándonos incluso a los tickets del autobús urbano (200 Kyats por persona) que tendríamos que coger para llegar hasta el primero de los templos recomendados por ellos: la Botahtaung Pagoda, situada en la zona sur del centro de la ciudad, y cuyo acceso cuesta 3$.

Relicario que contiene el pelo de Buda

Relicario que contiene el pelo de Buda

El interior de esta pagoda dispone de unos bonitos pasillos dorados de formas rectas e irregulares bastante curiosos, y alberga una reliquia en forma de pelo de Buda, la cual es venerada sobremanera por los locales, tal como muestran las ofrendas depositadas frente a ella. Arina conoce muy bien la historia de cada pagoda y cada detalle de la simbología budista, y en cada visita que hagamos tendremos la guía perfecta para comprender mejor todo lo que estamos viendo. Tras dar la vuelta a la Botahtaung Pagoda también por el exterior, decidimos que es hora de ir a cenar. Nuestros nuevos amigos nos conducen hasta el restaurante Daw Saw Yi, donde probamos diferentes exquisiteces propias de la comida típica birmana en forma de carne, pescado, guarniciones, dulces, etc., todo ello por 12.500 Kyats para 4 personas. Una maravilla para los sentidos…

Ya de vuelta a la zona donde se encuentra nuestro guesthouse, abrumados por tanta servicialidad y sintiendo un profundo agradecimiento, decidimos invitar a Stanley y Arina a tomar varios refrigerios en un bar cercano. Es entonces cuando, muy ilusionados por enseñarnos las maravillas de su ciudad, se ofrecen para ser nuestros guías también durante el día siguiente, el último que permaneceremos en Myanmar antes de tomar el vuelo que iniciará nuestro camino de regreso. Aceptamos sin dudar, y acordamos encontrarnos a la mañana siguiente en el parque donde nos conocimos, el Maha Bandoola.

Buda de Ngahtatgyi

Buda de Ngahtatgyi

Casi sin dar crédito a lo sucedido, y satisfechos por haber completado un día tan especial, nos vamos a dormir pensando ya en el día siguiente. Tomaríamos el desayuno incluido en el Okinawa Guesthouse para, después, dirigirnos al punto de encuentro con nuestros jóvenes amigos. Los 4 apareceríamos puntuales en el citado lugar, y tomaríamos nuevamente otro autobús, el cual no nos dejarían pagar, nuevamente. Los autobuses urbanos de Yangon son viejos, muy viejos, el suelo de alguno de ellos incluso está carcomido en algunos puntos, dejando ver el asfalto de las calles. Nos apearíamos del antiguo vehículo junto a la entrada de la Ngahtatgyi Paya, una preciosa pagoda a la que dos enormes leones dan la bienvenida y en la que, tras subir una escalera techada que en ese momento estaba siendo limpiada por varios voluntarios, nos espera una impresionante estatua de 14 metros de Buda sentado, pintada en blanco y con ropajes en dorado. Su perfecto estado y su delicado diseño le confieren un aspecto realmente espetacular.

Tras la visita a esta pagoda, cruzaríamos la calle para visitar a su vecina Chaukhtatgyi Paya, la cual ofrece unas bonitas vistas de la vegetación tropical de Yangon, y donde nos espera otra enorme estatua de Buda, en esta ocasión, reclinado, y provisto de una coloración parecida a la del Buda de Ngahtatgyi, pero con unos rasgos más femeninos. Gracias a nuestra amiga Arina descubrimos algunas curiosidades que desconocíamos sobre las estatuas de Buda, tales como la igual longitud que deben tener, en teoría, todos sus dedos, y el significado de la posción reclinada del famoso profeta. Ésta representa a un Buda enfermo e incapaz de sentarse, pocos días antes de su muerte, causada por una intoxicación alimenticia. Ésa fue su última y humilde enseñanza: todos, incluído él, somos vulnerables, asegurando que existen muchos caminos para alcanzar la iluminación, y que él, simplemente, enseñó uno de ellos, no el único.

Vegetación tropical de Yangon

Vegetación tropical de Yangon

Probablemente no hubiésemos visitado estos dos templos de no haber sido por nuestros amigos birmanos, ya que el transporte hasta ellos no es fácil, y se encuentran en una zona algo apartada de los recorridos más turísticos por la ciudad. Hubiera sido una auténtica pena perderse estas maravillosas obras. De esta forma, alcanzamos la hora de comer, y Arina y Stanley nos conducen hasta el mercado de Bogyoke, donde encontramos una enorme variedad de puestos de ropa, souvenirs, artesanía, comida… todo lo que podamos imaginar. Disfrutaríamos de unos enormes y riquísimos platos de arroz con pollo y refresco por 1.500 Kyats cada uno en un pequeño restaurante conocido por ellos, dentro del propio mercado.

Tras la comida, caminamos hasta las proximidades de la catedral cristiana de Santa María, la cual, después de haber sufrido terremotos y ataques japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, dispone de una reconstruida y moderna arquitectura que resalta bastante sobre las pagodas budistas típicas en estos lares. Dado el asfixiante calor al que estamos sometidos, y aún con la comida dando vueltas en nuestros estómagos, decidimos entrar en su interior para admirarla y resguardarnos de los potentes rayos del sol de mediodía. El interior es muy agradable y dispone de un impresionante órgano de grandes dimensiones.

Interior de la Catedral de Santa María

Interior de la Catedral de Santa María

En medio de la paz y la tranquilidad que reina en la soledad del interior de la catedral, tiene lugar una interesantísima conversación con mi hermano Rodrigo, Arina y Stanley que difícilmente olvidaré. Descubrimos que Stanley es cristiano, quizá fuera ése el motivo por el que no podía contarnos tanto sobre los templos budistas como su amiga Arina, quien profesa una sólida creencia en esa religión, cuya esencia también nos agrada tanto a mi hermano como a mí desde hace ya varios años, disponiendo él de un mayor conocimiento sobre ella. Compartimos pensamientos acerca de ésto y comentamos unas y otras creencias desde diferentes puntos de vista pero desde un absoluto respeto y compresión, aprendiendo mucho los unos de los otros. Fue un momento que guardo con mucho cariño en el rincón viajero de mis recuerdos, el cual ya ocupa una parte bastante importante de mis vivencias.

Karaweik Hall en el lago Kandawgyi

Karaweik Hall en el lago Kandawgyi

Tras la profunda conversación, continuamos nuestro recorrido por Yangon. Nuestro próximo destino es el lago Kandawgyi, donde debemos pagar una entrada de 2$, y donde hay una pasarela de madera que ofrece un agradable paseo sobre el lago, pudiendo observar plantas flotantes sobre la superficie, diferentes tipos de aves y una exuberante vegetación. Continuamos hasta el pequeño techo que cubre una parte de la pasarela junto a una de las islas del lago, concretamente la Bagan Lone, y decidimos sentarnos a descansar sobre el suelo en este punto. Desde aquí, disponemos de una preciosa vista del Karaweik Hall, una fiel reproducción de la impresionante barcaza real con la que los reyes de Birmania recorrían antaño los cauces fluviales de la región, y que prácticamente constituye un palacio flotante. En su interior hay un restaurante y varios salones que no llegamos a visitar.

Aquí, Arina nos leyó la mano haciendo gala de una técnica milenaria que aprendió, en parte, de su abuelo, y que se va traspasando de generación en generación, aunque poco a poco y tristemente se va perdiendo en el tiempo. Los resultados son, cuanto menos, curiosos… así pues, tras otro agradable rato con nuestros amigos, ponemos rumbo al último lugar que visitaremos en Myanmar y, sin duda, uno de los más importantes y espectaculares: la gigantesca Shwedagon Pagoda, la cual domina toda la ciudad de Yangon desde los nada menos que 100 relucientemente dorados metros de altura de su estupa principal, para eregirse como el símbolo de Myanmar y un importantísimo centro de peregrinación para los birmanos. Aunque no está claro cuando fue construida, algunos escritos la datan 2500 años atrás, y aseguran que en el siglo XV la estupa principal ya habría alcanzado su altura actual, a pesar de haber sufrido daños causados por diferentes terremotos, de los cuales se ha recuperado perfectamente.

Arina y Rodrigo bendicen el jueves

Arina y Rodrigo bendicen el jueves

El complejo que alberga la Shwedagon Pagoda es bastante grande y, tras abonar los 9$ (u 8.000 Kyats) que cuesta la entrada y pasar el arco de seguridad correspondiente, debemos tomar un ascensor que nos llevará al mismo nivel en el que se encuentra la plaza principal del complejo. Salimos, pues, del citado ascensor, atravesamos un puente y… entonces… aparece ante nosotros. La belleza de lo que podemos contemplar desborda los sentidos. Inevitablemente, lo primero que llama nuestra atención es la brutal estupa principal, cuyas dimensiones costaba imaginar antes de haberla podido ver en directo. En ninguna fotografía llega a apreciarse su tamaño real. Además, la enorme estupa no está allí sola. El entorno que la rodea no es menos espectacular, y diversos templos y elementos ornamentales de diferentes colores, formas y tamaños contribuyen a una armonía paisajísitca maravillosa, donde la vista no alcanza a abarcar todo lo que desearía contemplar en ese momento.

Bajo la estupa principal, en cada una de sus esquinas, encontramos carteles con los diferentes días de la semana, para cada uno de los cuales, los nacidos en cada uno de esos días, acostumbran a bendecir la imagen de buda correspondiente, derramando agua sobre ella en diferentes puntos siguiendo un ritual que, una vez más, Arina nos explicó a la perfección. Continuamos dando la vuelta a la estupa, sin intentar perder detalle de todo lo que nos rodea, a pesar de que la pagoda se encuentra abarrotada de gente. Tras dar la vuelta completa, tomamos asiento en un lugar privilegiado para ver la puesta de sol, y esperamos ese momento con otra interesante charla con Arina y Stanley, los cuales son sorprendidos por los conocimientos de mi hermano sobre budismo, escuchando datos que rara vez han oído antes de un occidental, y tocando otros temas relacionados con nuestra pasión: viajar.

Shwedagon Pagoda de noche

Shwedagon Pagoda de noche

Entonces, acompañado por la luz del ocaso, el astro rey nos abandona, regalándonos antes una preciosa estampa formada por las siluetas de las estupas y tejados que componen el paisaje. Si la Shwedagon Pagoda ya era bonita con la luz del día, de noche es aún más espetacular. Una corona de fuego rodea toda la base de la estupa principal, confiriéndole un aspecto ancestral impresionante, mostrando una iluminación perfecta para convertir el momento en algo mágico. Damos otra vuelta a la estupa bajo esta nueva perspectiva, mientras algunos monjes meditan a unos metros del fuego completamente ajenos a los miles de personas que caminan por el lugar.

Arina busca varios puntos estratégicos que, de otra manera, hubiera sido bastante difícil encontrar, y desde donde son visibles los destellos de colores que emiten las piedras preciosas incrustadas en la corona que preside los 100 metros de altura de la estupa principal, diamantes, rubíes, gemas… destellos blancos, azules, rojos, verdes, amarillos… aparecen y desaparecen como por arte de magia.

Aún sin haber podido asimilar tanta belleza, abandonamos la Shwedagon Pagoda, tomando un taxi por 2.000 Kyats hasta el barrio de Chinatown, donde cenaríamos diferentes tipos de noodles (1.000 Kyats por persona), pancakes salados y una gelatina de coco recomendada por nuestros buenos amigos, todo ello en diferentes puestos callejeros. Tras ello, les invitaríamos a tomar unas cervezas en un bar de la zona, donde nos reiríamos mucho y pasaríamos el enésimo rato divertido con ellos, para después sellar nuestra amistad con un abrazo y obligados a llevar a cabo la siempre triste despedida.

Destello blanco de diamante

Destello blanco de diamante

Ya sólo tendríamos tiempo de dormir un poco, desayunar y reservar un taxi en la recepción del Okinawa Guesthouse por 8.000 Kyats hasta el aeropuerto, compartido con una chica suiza que se encontraba en la misma situación que nosotros, y que resultó ser una agradable compañera de viaje. Desde allí, iniciaríamos el camino de vuelta a Madrid, realizando sendas escalas, nuevamente, en Bangkok y Moscú.

Stanley, Arina, muchísimas gracias por todo. Espero que volvamos a encontrarnos algún día, y que podáis contarnos que todos vuestros sueños se cumplieron. Yo trataré de cumplir los míos aportándoles ese punto de alegría que me habéis enseñado vosotros en nombre de todo vuestro pueblo, al cual admiro y respeto profundamente.

Aquí termina nuestro viaje por Myanmar, antigua Birmania, destino ansiado por este humilde viajero desde hace mucho tiempo y que no sólo no me ha defraudado por su belleza, si no que me ha enseñado otra forma de ver la vida, una forma que consiste en tratar de ser feliz sin basarse en lo material, sonriendo a la vida, a los demás y a los problemas, tal y como hacen los birmanos, ese maravilloso pueblo que, como tanto he repitido durante el relato de nuestro viaje, se ha ganado mi corazón para siempre.

Hasta pronto, Asia.

Arina, Rodrigo y Stanley. A la izquierda, Josué, el narrador de esta inolvidable aventura

Arina, Rodrigo y Stanley. A la izquierda, Josué, el narrador de esta inolvidable aventura

4 respuestas a Yangon y la hospitalidad birmana. Bonita despedida

  1. Pingback: Así termina un viaje del que he aprendido muchísimo. Hasta siempre, Myanmar | Destino Kiwi

  2. Alicia dijo:

    Que bonito todo el viaje!
    Nosotros en unas semanas iremos para Birmania, tenemos muchas ganas de ir, y hemos cogido muchas ideas de tu recorrido! Por casualidad no tendras el contacto de tus amigos birmanos, nos gustaria conocerlos y que nos enseñaran la ciudad. Besos!

  3. Alicia dijo:

    Hola Josue,
    Jo que chulo todos tus relatos de viaje. Nosotros en unas semanas estaremos por Birmania, hemos sacado muchas ideas de vuestro viaje gracias por compartir vuestras peripecias.
    Nos gustaría contactar con vuestros amigos de Yangon, para ver si podemos quedar con ellos, siempre que viajamos intentamos conocer gente local para sentir la realidad de los países que visitamos.
    Por casualidad, ¿no tendrás su email?

    • destinokiwi dijo:

      Hola Alicia!
      muchas gracias, me alegro de que mi relato os sea de ayuda, Myanmar es un país increíble y su gente es maravillosa, os encantará!
      Te paso el contacto de nuestros amigos birmanos al correo con el que publicaste tu comentario, seguro que, si pueden, están encantados de enseñaros Yangon.
      Un saludo!

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