Río de Janeiro en tiempos del Covid-19

Colores de Brasil

Colores de Brasil

Hoy, después de un parón de casi un año y medio, y tras temer el abandono de este blog para siempre, me apetecía volver a escribir. Por aquel entonces me cansé. No de viajar, eso no podría ocurrir. Me cansé del intenso trabajo que supone mantener un blog de viajes actualizado a cambio de nada más que la satisfacción personal del escritor. He decidido volver, ignoro por cuánto tiempo. Grandes cambios se han sucedido en mi vida recientemente, algunos impulsados por la «nueva normalidad» que la pandemia del coronavirus ha traído a nuestras vidas y otros simplemente por el proceso evolutivo normal en la vida de todo individuo. Quizá yo también he cambiado un poco. Mis últimos viajes están más indocumentados, ya no tomo nota de cada precio, lugar o establecimiento que visito, intento disfrutar de cada momento liberado de cualquier tipo de estrés. Dado que el ánimo de lucro no es el motor de este blog, he decidido centrarme más en mi visión personal y general de cada viaje y en los sentimientos que estos siguen despertando en mí, mi principal motivación para poder continuar escribiendo.

Y para no escapar de esta actualidad que vivimos en 2020, qué mejor manera de retomar mi redacción volviendo sobre un viaje claramente marcado por la evolución mundial de la pandemia, la cual convirtió esta aventura en una experiencia totalmente inesperada para mí, echando por tierra cualquier planificación previa, obligándome a aceptar los caprichos del destino y a perfeccionar mis dotes de improvisación. Nuestro plan de visitar Río, Ilha Grande, Paraty, Sao Paulo e Iguazú se vio frustrado y reducido a días de disfrute y tensión casi a partes iguales únicamente en el primer destino programado: Río de Janeiro.

Principales puntos recorridos en Río de Janeiro (click para ampliar)

Una incipiente preocupación por el aumento de casos de una todavía prácticamente desconocida enfermedad llegaría a poner en duda la realización de nuestro viaje a mediados del mes de Marzo, pero el casi inexistente número de casos en Sudamérica y las ganas de conocer Brasil después de meses de preparación prevalecieron. Por aquel entonces, nunca podríamos haber llegado a imaginar la magnitud de lo que se le venía encima al mundo entero. Ya equipados con nuestras mascarillas, simplemente por precaución y no por obligatoriedad, tomaríamos un vuelo de KLM que nos llevaría de Cracovia a Río de Janeiro haciendo escala en Amsterdam. Éste es un buen momento para hablar del transporte en Río. Mi recomendación es clara en este sentido: Uber. Rápido, seguro y económico. El aeropuerto internacional de Galeão dispone de una parada específica para este tipo de vehículos. A tener en cuenta que el WiFi del aeropuerto, sin ser una maravilla, nos puede sacar del apuro. Recomiendo hacerse con una tarjeta SIM local lo antes posible para no depender de inestables conexiones WiFi durante nuestro viaje.

Río recibe al visitante con un despliegue de colorido, visible desde el primer momento que iniciamos el recorrido en nuestro taxi Uber. Enormes peñascos cubiertos de una exhuberante vegetación emergen a ambos lados de las carreteras que conducen hasta nuestro destino, Copacabana, algunos de ellos quedando atrapados en la ciudad, y mostrando las famosas favelas instaladas en sus laderas menos verticales. Es emocionante estar por fin en la tierra de la samba y la bossa nova, destino pendiente desde hacía muchos años en mi currículum viajero. Encantados con las vistas durante nuestro primer recorrido por Brasil llegaríamos al Copacabana Sol Hotel, situado a pocos cientos de metros de la famosísima playa del mismo nombre, a la que llegaríamos a conocer bastante bien. La proximidad a la playa, la seguridad en comparación con otras zonas así como el gran número de restaurantes y establecimientos comerciales de todo tipo hacen de ésta una de las mejores zonas para alojarse en la ciudad carioca. No podemos dejar de probar la feijoada local, plato elaborado a base de arroz, frijoles y diferentes tipos de carne. Una maravilla para reponer fuerzas.

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La enorme playa de Copacabana comprende uno de los centros neurálgicos de Río, miles de locales y foráneos se dan cita cada día en sus arenas doradas. Cientos de jóvenes también dorados por el sol practican allí sin parar el deporte rey de Brasil, el fútbol. Vendedores ambulantes ofrecen sus productos sin descanso mientras los chiringuitos de playa sirven caipirinhas a diestro y siniestro. Muy ricas, traicioneras por el mareo que se oculta tras su placentero sabor agridulce y que se hará patente en cuanto nos levantemos de nuestro asiento. Esto no pudo impedir que nos trajésemos una botella de Cachaza (destilado de caña de azúcar imprescindible en la elaboración de la caipirinha) de vuelta a Europa, la cual nos dió no pocas tardes de entretenimiento durante nuestro período de cuarentena, amenizando nuestro balcón al ritmo de «María Caipirinha», «Magalenha» o «Garota de Ipanema» y acompañados del cóctel brasileño por excelencia.

No podemos hablar de Río de Janeiro sin hablar del Cristo Redentor del Corcovado. No supimos cuán afortunados fuimos de poder visitarlo hasta que, la tarde de ese mismo día, el gobierno decretó el cierre de todos los lugares turísticos de la ciudad a partir de la jornada siguiente debido al exponencial aumento en el número de positivos por covid. Visitamos el Cristo del Corcovado durante el último día que estuvo abierto al público hasta varios meses después. Aunque también existe la opción de subir en minibus, nosotros teníamos claro que queríamos disfrutar del encanto del Trem do Corcovado, para lo cual es muy conveniente reservar con antelación en su página web. Mi consejo es reservar el primer tren de la mañana pues, aunque tendremos que madrugar bastante, dispondremos por unos instantes del Cristo Redentor sin apenas gente. La masificación que llegará después puede llegar a ser agobiante.

Cristo Redentor

Para llegar a la estación del Tren del Corcovado, situada en el barrio de Cosme Velho, fieles a nuestro estilo, tomamos un Uber desde el Copacabana Sol Hotel, llegando bastante temprano para poder tomar buen asiento en el tren. El lado derecho nos otorgará inmejorables panorámicas de la selva de Tijuca, el lago Rodrigo de Freitas y la playa de Ipanema. Al final del trayecto, algunos pasajeros del tren saldrán corriendo hasta lo alto del Cristo para poder fotografiarse con él a solas. Sin llegar a ser tan agónicos, nosotros también tuvimos la ocasión de tomar fotos con bastante tranquilidad y sin tumultos de turistas hasta la llegada de los sucesivos trenes. La estatua estilo Art Decó del Cristo Redentor se eleva más de 30 metros sobre la cima del cerro del Corcovado, y lleva allí tratando de redimir los pecados de los cariocas desde 1931. Las vistas de Río desde lo alto del Corcovado sencillamente cortan la respiración. Si hay algo que no podemos perdernos en la ciudad carioca, es ésto. No solo divisamos la ciudad en su práctica totalidad, sino que completamos la vista de 360º con el intenso verdor del Parque Nacional de Tijuca, gran parte de la Bahía de Guanabara y el impresionante horizonte montañoso que emerge tras ella. Es otro de mis grandes sueños viajeros cumplidos, y otra más de las maravillas del mundo sumadas a mi lista. Inolvidable. Espectacular.

El completemento ideal para la visita al Corcovado es el ascenso al peñón del Pan de Azúcar, protagonista indiscutible de las vistas desde el Cristo Redentor. Desafortunadamente, nos quedaremos con las ganas de tomar el teleférico que lleva hasta allí, pues, como he mencionado anteriormente, el gobierno decidió clausurar todos los lugares turísticos precisamente el día que pretendíamos ascender. Esto no nos impidió acercarnos hasta Praia Vermelha, en el barrio de Urca, desde donde parte el teleférico. Aunque, efectivamente, se encontraba «fechado», tal y como nos indicaron algunos locales, al menos pudimos disfrutar del parque, la playa y las vistas del impresionante Pan de Azúcar desde allí. Continuaríamos el paseo hasta el cercano y moderno barrio de Botafogo, cuya playa ofrece vistas aún mejores del peñón en su totalidad, aunque sus aguas no demasiado limpias, quizá por el gran número de embarcaciones que allí descansan, no invitan al baño. La playa de Flamengo, ubicada prosiguiendo el bonito paseo marítimo que continúa desde Botafogo, es más propicia para ello. Un par de Guaranás Antarctica (refresco muy popular en Brasil) adquirido a un vendedor ambulante en el parque de Flamengo y un baño en la playa del mismo nombre nos refrescarían considerablemente el día.

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El barrio colonial de Santa Teresa, uno de los más antiguos de Río, también supone una visita interesante. Si, lo habéis adivinado, la mejor opción tanto para acercarse hasta allí como para volver es tomando un Uber. El Bondinho, un antiguo y colorido tranvía, sigue circulando por el barrio, dándole un toque clásico muy especial. La plaza Largo do Guimarães, aunque, más que una plaza, lo definiría como un cruce de calles, dispone en sus inmediaciones de la mayor concetración de bares, restaurantes y hoteles de la zona. He de reconocer que aquí fue donde sentí, quizá de manera injustificada, mayor sensación de inseguridad durante todo el viaje. Probablemente influenciado por el incremento de casos de coronavirus, sus calles estaban prácticamente vacías, y la espera para la llegada de nuestro Uber para regresar a Copacabana se hizo bastante larga e inquietante… poniendo de lado estas impresiones puntuales, y hablando sobre el tema de la seguridad que tanto preocupa a los viajeros antes de visitar Brasil, he de decir que nos sentimos bastante seguros durante toda nuestra estancia en Río de Janeiro, la gente es agradable y no tuvimos absolutamente ningún problema en este sentido. Dicho esto, ciertas precauciones de sentido común convienen ser tomadas a fin de evitar hurtos, especialmente en la playa, donde podríamos dejar nuestras pertenencias desatendidas.

Catedral Metropolitana de Río

Entre Santa Teresa y el barrio de Lapa, también trataríamos de visitar la pintoresca Escalera de Selarón, de la cual sólo podríamos obtener una vista general, ya que su acceso estaba cortado por la policía debido al cierre decretado para los lugares turísticos. La colorida decoración de esta escalera, incrementada año tras año por el artista chileno ya fallecido Jorge Selarón, ha llegado a convertirse en uno de los símbolos de la ciudad carioca. No lejos de allí se encuentran el Acueducto de Lapa y la enorme Catedral Metropolitana, cuya construcción en un llamativo e inusual estilo modernista finalizó en 1979.

No lejos de nuestra base, Copacabana, se puede completar un recorrido muy recomendable para hacer durante todo un día: Jardín Botánico – Lago Rodrigo de Freitas – Ipanema. Nosotros comenzaríamos tomando un Uber desde el Copacabana Sol Hotel hasta la entrada del Jardín Botánico de Río de Janeiro, un lugar extremadamente placentero para caminar, especialmente a primera hora de la mañana, cuando el sol brasileño aún no aprieta en todo su esplendor. Los orígenes del jardín se remontan a la época colonial, y hoy en día constituye uno de los más grandes y completos jardines botánicos del mundo, para lo cual contribuye en gran medida su clima tropical. La muestra consta de miles de especies vegetales, además de ser habitada por varias colonias de monos, los enormes peces del lago Frei Leandro y cientos de aves tropicales. Las gigantescas palmeras del jardín componen una maravillosa estampa tropical completada por las paredes verticales del cerro del Corcovado coronado por el Cristo Redentor.

Un corto paseo hacia el este nos llevará rápidamente a las orillas del lago Rodrigo de Freitas, el cual también definiría como extremadamente agradable para pasear. Acondicionado con jardines, paseos y carriles para bicicleta, los alrededores del lago constituyen una especie de polideportivo al aire libre en el que los brasileños se mantienen en forma. También tendremos ocasión de contemplar el despegue de los helicópteros que transportan a los turistas más adinerados en un vuelo panorámico sobre la ciudad. El verdor de Brasil y los peñascos de Río alrededor le concede a este lago un aspecto impresionante. Desde la parte sur del mismo, accedemos al barrio de Ipanema, uno de los más adinerados de la ciudad. No puedo evitar relacionar aquella zona con la elegancia de la bossa nova, esa mezcla de samba y jazz que muestra a la perfección el alma de Brasil, con su chica de Ipanema como estandarte, la cual cumple ya más de 60 años. No tardamos en alcanzar la playa de Ipanema, más pequeña y abarrotada que Copacabana. Si bien es cierto que a priori me gustó menos que ésta última, tiene un punto fuerte que la hace entrar en la lucha por ser la mejor playa de Río: el atardecer en la Punta de Arpoador. Creo que es el lugar perfecto para despedir esta vibrante ciudad, y por eso lo dejaré para el final de este post.

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Mientras tanto, la pandemia ha invadido Brasil. El número de contagios comienza a ser preocupante. Ya somos conscientes de que no podremos visitar Ilha Grande, ni Paraty, ni Sao Paulo ni las cataratas de Iguazú. Habrá que dejarlo para otra ocasión. Los transportes interurbanos y tours han sido cancelados. No hay manera de salir de Río. Ni siquiera sabemos si podremos salir de Brasil. Día tras día, la situación se complica y la tensión se va apoderando de nosotros para mezclarse con la alegría inicial que este país nos había contagiado. Las sonoras caceroladas contra el gobierno de Bolsonaro, acompañadas de gritos amenazadores, invaden la habitación de nuestro hotel cada tarde. Nuestros móviles y las conversaciones en «portuñol» con el servicial personal del Copacabana Sol Hotel, donde tendríamos que alojarnos algunas noches más de las previstas, nos mantienen informados sobre las últimas novedades. Finalmente, decidimos acercarnos al aeropuerto tras varios días en Río. Intentaríamos adelantar nuestro vuelo de vuelta para regresar lo antes posible, pues los cierres de fronteras comenzaban a amenazar la movilidad en todo el mundo. Tras largas colas en el aeropuerto de Galeão, conseguimos que KLM nos cambie el vuelo de vuelta a Europa. Regresaremos de Brasil una semana antes de lo previsto, pero dado que Polonia, donde residimos, ya había cerrado sus fronteras, nuestro destino sería Berlín, haciendo escala en París. Pretendíamos, sin ninguna certeza, tomar un bus desde allí hasta Cracovia.

Pero lo peor aún estaba por llegar. Conseguimos embarcar en Río con destino París, pero, una vez allí, se nos deniega el embarque a Berlín. Tan sólo se permite embarcar a nacionales o residentes en Alemania. Largas conversaciones con el personal de Air France resultan inútiles. No nos dejarán embarcar de ninguna manera. Todo parece indicar que tanto nosotros como un buen número de polacos con el mismo plan para volver a casa, nos vamos a quedar estancados en la capital francesa. Sin poder salir del país, sin ninguna certeza de que ningún seguro cubra nada ante la caótica situación global. A estas preocupaciones se le suman los elevados precios de estancia en París. La situación se vuelve desesperante.

Guaraná en Flamengo

Entonces, cuando la esperanza ya estaba casi perdida, llegaría el milagro al que aún nos aferrábamos. Revisando la web de LOT, la compañía aérea nacional de Polonia, Maryna encontraría los llamados «Lot do domu» («vuela a casa»), una iniciativa del gobierno polaco para traer a casa ciudadanos y residentes atrapados en diferentes partes del mundo debido a las cancelaciones de vuelos y cierres de fronteras. Ante nuestra incredulidad, había un vuelo programado para ese mismo día por la tarde de París a Varsovia. Increíble coincidencia en el momento justo. Sin dudarlo un segundo, reservamos dos asientos para el vuelo que saldría 3 horas más tarde del aeropuerto Charles de Gaulle de París con destino Varsovia (por un precio insignificante si lo comparamos con lo que nos costaría quedarnos indefinidamente en Francia), donde no tendríamos problemas para justificar nuestro trabajo y residencia en Polonia. Aún nos faltaban unas horas para llegar a casa, pero ya estábamos salvados… y agradecidos con Polonia por la gestión inicial de la crisis del covid-19. Aunque las cosas se complicarían un poco en el país algunos meses después…

Pero cambiemos el chip y olvidemos por un momento la pandemia y todo lo que ésta ha traído consigo. Brasil merece ser despedido con la misma alegría con la que nos recibió, y qué mejor manera de hacerlo que volviendo al atardecer de Arpoador. Esta roca pone fin a la playa de Ipanema, quedando ya cerca del inicio de Copacabana. Mientras los niños locales juegan y saltan entre las rocas, cientos de personas se reúnen allí cada atardecer para ver caer el sol sobre el impresionante doble morro de Dois Irmãos, el cual va oscureciendo progresivamente la playa de Ipanema mientras el cielo se va tornando más y más rojizo, «incendiando» las aguas del Océano Atlántico. Alegría, nostalgia e incertidumbre me invaden a partes iguales mientras me pregunto si podremos iniciar el viaje de regreso.

Ahora, desde la seguridad de mi casa, a veces me pregunto si algún día el destino me dará la oportunidad de volver a Brasil para quitarme este sabor agridulce y poder terminar mi viaje…

¿Volveremos a vernos?

Inolvidable atardecer desde la Punta de Arpoador